Son múltiples las raíces mitológicas del olmo que nos evocan a Cristina Rosenvinge y no de manera aislada, sino como un rizoma.
Una de esas raíces profundiza hasta llegar al mito del origen de la humanidad. Pero no al que nos habla de la creación de Adan y Eva, sino el de la cultura escandinava, donde el primer hombre y la primera mujer germinan de manera independiente a partir de dos árboles cercanos pero solitarios. Embla -la mujer- a partir de un olmo, Ask -el hombre- a partir de un fresno.
Otra de las raíces se retuerce en busca del manantial de la mitología clásica mediterránea, donde el olmo aparece emparentado a Morfeo, hijo de Nix -la noche- e Hypnos, -el sueño- . De esta manera Morfeo surge como “el que reproduce la forma de los seres y las cosas” durante el sueño de los durmientes, y el olmo como el lugar bajo el que tener hermosos sueños, que en ocasiones resultaban confusamente proféticos, como recogia Petrarca:“Un olmo que rezuma profundos sueños; por todos lados, y que, confusamente; de verdad y de mentiras a otros recubre”
Ovidio, también recogió en sus “metamorfosis” al Olmo como uno de los árboles que se convocaron para escuchar el canto doliente de Orfeo por la perdida definitiva de Eurídice… una suerte de médium entre dos mundos, de canal de comunicación entre vivos y muertos, de la cual nuestra artista tampoco es ignorante.
> Localización de los olmos en el jardín